Laurita otea desde unos ojos cristalinos, casi acuosos. Columpia esas dos “bolitas” marrones, intensas, al compás de la silueta de una vaca de tela. Sonríe. Conoce esa canción que tantas veces escuchó en su casa, en el aula, en alguno de los pliegues de su vida. Se siente parte de la historia, del viaje imaginario que emprendió hace un rato con sus compañeros.
La escuela 109 tiene particularidades que la hacen única. Los años de historia se sienten en sus rincones, de historia de postergaciones, de luchas inclaudicables. Está sumergida en la Cipolletti profunda, camino al paraje El 30, ahí donde las necesidades generalmente se vuelven más extremas. Hasta allí llegó la obra de títeres “Un viajecito medio largo”, con actores, titiriteros y músicos de la Fundación Cultural Patagonia, y con EdERSA apoyando la iniciativa dentro de su programa de Responsabilidad Social Empresaria.
El objetivo es uno y varios: educar, comunicar, entretener, despertar el asombro, provocar un recorrido cantado y contado por la cintura de una Argentina basta, a veces inhóspita, siempre fascinante.
Laurita ensaya una sonrisa radiante cuando un duende, sombrero largo, cuerpo de tela, relata las vicisitudes de su vida en el norte de la provincia y los lleva a recorrer la provincia con forma de botita al ritmo de “Viva Jujuy”.
Ellos no saben, pero irrumpen Los Chalchaleros, siempre inoxidables, talentoso puente rítmico para llegar a la provincia de Córdoba. Una de las maestras, rubia, curtida alquimista en el arte de recibir poco y dar demasiado, activa a sus alumnos: “Es el tema de la Mona Giménez”, les dice, y el cuarteto se apodera de un salón viciado de risas y música, de aroma a leche caliente y a canal de desagüe, próximo al establecimiento. Una de las actrices, voz profunda, cándida y versátil, grita con músculo y cuerdas vocales un sapucay que enciende la escena.
Pasa el amor de un comisario de trapo, suena un chamamé, surgen todos, surgimos, en una Buenos Aires que es inacabable, emerge la historia de una tortuga que de buenas a primeras tomó un vuelo a París. Y los chicos cantan, se divierten, entienden que El Reino del Revés puede ser esa canción y mucho más. Y los grandes disfrutamos de La Cumparsita. Y el viajecito se nos viene cerca, encima, a nuestra amada Patagonia, con la historia de Jacinto y su caballo, el mejor personaje de la obra, un baqueano de trapo que es homenaje a alguien que supo conocer el director Manuel Vera entre tanta gira por la silueta de Río Negro.
Antonella disfruta, decenas de chicos sonríen con gallos que bailan, perros con habilidades inexistentes y gatos que sin tejados, se asoman para darle a la escena una aguda intensidad bocal. Para muchos es la primera vez en presencia de un hecho cultural. De ver y ser parte. No es un dato menor. Y EdERSA disfruta y apoya esta iniciativa por eso. Y por mucho más. Porque llegará a decenas de escuelas, porque verán la obra alrededor de 20.000 chicos. Porque el arte es determinante en el desarrollo. Individual y colectivo.